Tengo a la triste sensación de que las generaciones desde un poco antes que la mía hasta la de los pibes de hoy no tienen la costumbre de sentarse a escuchar a los abuelos.
Si, la nieve les trasteja. Pero hay que llegar a ellos antes de que esto ocurra.
Cuando ya son muy mayores desvarían, pero hay que inculcar en los niños, desde que son muy pequeños a estar con los abuelos, que los escuchen, aunque les repitan mil y una vez las batallitas, pero esas batallitas son las que les han hecho ganar la batalla de la vida, la vida que tienen, lo que son, lo que saben, sus vivencias, su sabiduría.
No hay que cansarse de escucharlos. Eso te hace saber de dónde vienes y qué eres. Su historia es la tuya.
No quiero decir que lo que los “viejos” digan vaya a misa y se tenga que acatar. Sino que hay que tenerlo como mínimo en cuenta. Al igual podemos evitar un error en nuestras vidas. O no, es verdad, pero, como decían mis abuelos “el saber no ocupa lugar”.
Yo fui un niño muy apegado a la familia, y que como mi recién nacido hijo, fui el primer hijo, primer nieto, primer sobrino… y he vivido toda la vida en un pueblo de campo, que a lo mejor algo influye. Pero siempre estaba con mis abuelos, escuchaba a unos y a otros y aprendí cosas que nunca las estudié durante mi vida académica.
De mi abuelo paterno, Juan Izquierdo, escuché sus historias de cuando trabajó en las galerías sacando agua, y de cuando perdió el ojo con un barreno. De cuando fue “joyero”, haciendo “joyos en la cumbre pa´ plantar pinos. Las cosas del campo, con él aprendí a podar, a levantar viña, a injertar un árbol, a coger, a majar y a secar juncos pa´ amarrar la viña al levantarla, a buscar las mejores horquetas de brezo en el monte sin destrozar. “Hay que cortar y llevarte sólo la que te hace falta, pa´ que cuando vuelvas haya donde seguir cortando”, “tu aprende esto, que nunca se sabe, y además, el saber no ocupa lugar”
De mi abuela paterna, Guillermina Gutiérrez, aún más saludable y fuerte que yo, he aprendido miles de coplas, cantares, costumbres de antes, los bailes, los rezados, romances, juegos, (de lo cual guardo muy celosamente grabado muchas cosas), “apréndetelos Pedro Manuel, que el saber no ocupa lugar”. Cuentos que le decía su abuela por las tardes en la era o en la azotea mientras desgranaban millo, cuentos que les decían para enfrentarlos a la vida, para que tuvieran cuidado, bueno para meterles miedo, por qué nos vamos a engañar. Pero esos cuentos e historias, algunas reales, otras inventadas, forjaron su manera de ver las cosas, y aún hoy en día siguen manteniendo. Se podrá estar a favor de algunas y en contra de otras, pero como me suele decir, “la vara vieja ya no se endereza”.
De mi abuelo materno, Cipriano González, siempre vivió en mi casa, con mis padres, escuché mil veces las historias de la guerra, de los ocho años que sirvió entre África y Santa Cruz. Aprendí a cavar la tierra, asurcar, sembrar las papas, arrendarlas, “asacharlas”, recogerlas… Aunque ya no nos hizo falta, aprendí los trabajos del trigo, de la platanera, en años antes, llegó a tener para esos trabajos un camello. Casi todas las tardes fui a coger hierba pa´ las cabras con él y luego la amarrábamos en “jaces” y la cargábamos en la yegua que teníamos. Y cuando no era hierba eran hojas de tunera o caña de millo, que luego picábamos pá los animales. Ya de nada me sirve eso que aprendí, pero, “el saber no ocupa lugar”. Fue siempre un hombre serio, más de joven que en la época en la que convivimos juntos. Siempre valoró mucho el significado de la amistad. En cierta ocasión un amigo de él y su hijo le hicieron una prueba de amistad, para demostrar que los amigos del hijo no eran de la calidad que podría esperar. Era de madrugada y padre e hijo pasaron por la casa de los amigos de ambos diciendo que si les podían echar una mano, ya que habían tenido un altercado con un fulano al que de un mal golpe se lo habían cargado y pedían ayuda para deshacerse del susodicho. Al cavo de unas cuantas visitas el hijo no había reunido a nadie, todos pusieron escusa, pero las visitas que hizo el padre fueron lo certeras que él esperaba. Ante tal situación llegaron al lugar de los hechos y se encontraron con el cuerpo, pero el cuerpo de un cochino que despiezaron y comieron. Así demostró padre a hijo que la amistad verdadera no es cualquier cosa. Supongo que esa noche el vino corrió a cargo de mi abuelo. “Amigo es aquel que te acompaña el día de la desventura”, este es el epitafio que le elegimos.
Mi abuela materna, Cristina Guzmán, también vivió siempre con nosotros, y aunque hablaba poco del pasado, si le “jalabas” de la lengua no paraba. Ella vivía el presente, le gustaba mucho leer, tenía mucha imaginación, le gustaba estar al día de lo que pasaba, y aprender cosas nuevas, “el saber no ocupa lugar”. Con la vejez le vinieron los dolores en las rodillas y no podíamos ir como antes a coger hierva pa´ los conejos. En la época de los higos bajábamos a la huerta y me subía a la higuera, “coge aquel, mira el otro”, “¡cuidado que te caes Pedro Manuel!”, “con esos tenemos, mañana más”. A mí me gustaba hacerla rabiar, y ella me decía, “ta´te quieeeeto Peedro, mira que perro viejo no juega”. Le encantaban los animales, criaba pájaros, canarios, aún tengo uno que sigue vivo, fue de los últimos que tubo. Prefería los gatos a los perros. Recuerdo el sabor de su cocina, aquellas tortillas gordas, como decía, las papas arrugadas, los potajes hirviendo con gofio amasado y uvas fresquitas por encima, la sopa de pollo con fideos, el potaje de huevos… “vete comiendo por la orillita que no está tan caliente”.
Al igual la escucha invertida en mis viejos es fruto de mi personalidad tranquila y de que soy muy observador, y que todo esto no tiene la mayor importancia, que las palabras se las lleva el viento, que no hay que mirar pa´ tras. No sé, a mi no me ha ido del todo mal, así que intentaré inculcar a mi hijo y si tuviera más el escuchar a sus abuelos, porque como decían los míos: “El saber no ocupa lugar”.
Pedro Izquierdo. 22 de Enero de 2010.
Si una gran verdad , yo nunca me canse de escucharlo
mil veses sus batallas sus historias como señalaba el cuadro del padre
y me contaba cosas , y haora ya no lo tengo pa que me cuente las 1001
ves y casi todos los dias me acuerdo del es una gran verdad , pero yo
es que le preguntaba para que me las contara aunque me las supiera de memoria
ay señor no sabemos lo que tenemos asta que lo perdemos.
Gran verdad, yo no presumo, pero gracias a escuchar a mis abuelos, sus historias, los cuentos de antes, las canciones, trucos y demás, he aprendido. Con ellos nunca pienso que pierdo el tiempo, es más quiero que me sigan hablando hasta la saciedad. Mi abuelo materno es un pozo de sabiduría, comedido en la opinión, se la reserva en muchas ocasiones. Mis abuelas, siempre quieren aprender mas y valoran tu opinión, en el caso de mi abuela materna, es una locura de mujer, imposible no quererla en cambio mi abuela paterna, mucho mas reservada y corta en afecto. Todos a su manera especiales, únicos y con una gran sabiduría, que nosotros los jóvenes no queremos valorar, pensamos únicamente en el presente, olvidándonos siempre de los que estaban aquí antes y que nos lo han dado todo.
Estimado Pedro, yo no tuve la suerte de conocer a mis cuatro abuelos. Mi padre quedó huérfano de padre y madre cuando él tenía 6 años, pero gracias a mi tía Serafina, 7 años mayor que mi padre conocí los andares de José Manuel Perdomo Bello, mi abuelo paterno. Era un hombre comprometido con la sociedad de la época, que le tocó vivir el lado amargo de la derrota. Sufrió pena de cárcel por defender sus ideas, y sus ideales. Mi padre también me enseño a defender mis derechos, probablemente inspirado en su padre. Mi tía repite mucho una frase que decía mi abuelo siendo ella pequeña, y que a muchos les sonará a PODEMOS, pero no tiene nada que ver con eso, sino con la lógica que todo padre quiere que sus hijos tengan más oportunidades de las que ellos han tenido.
Mi abuelo decía que «la única forma que tiene el obrero para ascender en la sociedad es a través del estudio». Mi padre eso nos lo inculcó a fuego. De mis siete hermanos, 6 hemos terminado una carrera universitaria. Tengo hermanos maestros, químicos, abogados, farmaceúticos, economistas y yo que soy maestro y periodista. Mi padre decía cuando eramos pequeños que él nos daba la posibilidad de estudiar a todos, pero que él no se iba a deslomar para que nosotros nos fuéramos de fiesta. Ese fue el caso de mi hermano Mariano. Nunca le gustó estudiar, y siempre fue amigo de la fiesta, el vino, las mujeres y el cigarro. Sentó la cabeza tarde, pero cuando se dio cuenta se le había pasado lo que él pensaba que es el momento de aprender. Creo que se equivoca. Siempre se está a tiempo para aprender cosas nuevas.
Yo con 48 años me he visto obligado a reinventarme. He tomado la senda de los libros, porque sé que sólo ellos me pueden ayudar a conseguir mi objetivo.
Eso no quita que, como tú bien comentas, haya aprendido otras muchas cosas en la vida. Unas no me han servido de nada, como fue aprenderme el Ciclo de Krebs de la metabolización de las proteínas, o hacer una presentación de más de tres horas hablando de la historia de España desde 1492 hasta nuestros días, o aprender a derivar e integrar, además de todo lo que tiene que ver con el estudio de la geometría en el espacio. Eso de la misma forma que lo aprendí, lo desamprendí. Lo que no he olvidado es a virar las tornas, a podar parras a que las papas se plantan en febrero o en agosto, a cómo se mata un conejo, cómo despiezar un cochino, cómo se desgrana el millo, dónde conseguir el mejor pinocho para hacer las camas de los animales. Es decir, un montón de conocimientos que mis antepasados me han hecho llegar que me permitiría en caso de grave crisis SOBREVIVIR!!! Yo me he criado en el campo, yendo a quitar las hojas de las parras para que maduren las uvas, y de paso los animales tengan algo verde que comer en verano (no sabes tú cuántas hojas de parra hay que arrancar para llenar un saco bien apretado). O acompañando a mi abuelo a recoger la dula de agua para meterla en la charca. Aprendí a reconocer el silbido de mi abuelo en la distancia para saber cuánto tenía que cerrar la llave del tanque, a llevar a «mudar» a la burra y tantas y tantas cosas. Mi abuelo Manuel Morales tuvo la desgracia de sufrir alzeimer con apenas 69 años, y al pobre se le borraron los recuerdos. Mi abuela Zoila era la cachonda de la familia. Le buscaba la gracia a todo. Mi madre no salió a ella. Siempre tiene cara de haber estado chupando limones!! Se preocupa por cosas que no son importantes, y así se ha pasado la vida. Conocí a la abuela de mi madre, la cual se llamaba María Ossorio y murió con 100 años, en 1983. Mi bisabuela sabía una cantidad enorme de romances, los cuales había aprendido de su madre, y esta a su vez de la suya. Recuerdo uno de los romances que hablaba de un guerrero que vino de Francia y al que los vascos vencieron en los Pirineos. En aquel momento no me di cuenta, pero pasados los años llegué a la conclusión de que mi bisabuela me cantaba el Romance de Roldán, el héroe francés que da nombre al romance del mismo nombre, enviado por Carlomagno para invadir España en la época de los árabes. Cómo pude ser tan tonto de no grabarla. Ella me habló mucho del padre de mi padre, y de cómo en una ocasión le soltó a un tío dos piñas por haberlo denunciado por algo que él no había hecho. Al parecer llegado el juicio, pues mi abuelo le soltó una trompada por acusarlo de algo que no había hecho, el juez le dijo a mi abuelo que le tenía que pagar 5 duros de multa para haber pegado a otro hombre. Mi abuelo ni corto ni perezoso en la puerta del juzgado le dijo al alguacil, tengo que pagar 5 duros por dar una trompada, pero cóbrese 15 porque ahora mismo le voy a dar otras dos por alcahuete, y acto seguido les soltó otras dos piñas al denunciante. Me encanta esa época que vivieron mis abuelos, tal vez porque yo, como ellos sea un soñador que pone en valor cosas a las que hoy nadie presta atención.
Todo lo que se aprende te sirve para algo, pero hay cosas que te ayudan a vivir y otras a conseguir metas, no son el fin, son solo el medio. De las que no me olvido nunca son de las que me ayudan a vivir, y esa las aprendí de los mayores. Yo tengo una asignatura pendiente: aprender a tocar un instrumento.
Un abrazo